jueves, 11 de agosto de 2016

Los extremos de una vida plena

No sé si tengo la necesidad de llamar la atención, o realmente estoy pidiendo ayuda en silencio, imaginando que de repente alguien me la presta.

No sé si soy demasiado exigente y dura conmigo misma, o me pierde la autocompasión.

Me siento siempre en un extremo y nunca sé en cuál, ¿cómo puede ser? Estando tan alejados los extremos de cualquier campo de la vida, nunca sé si soy cero o infinito.

Ejemplo: ¿odio la humanidad o la amo?

Me siento completamente incomprendida por el mundo que me rodea, siento que la gente es intolerante conmigo y con el resto, que todos están dolidos y enfermos, que yo no debería formar parte de esta especie, que nunca voy a ser feliz porque siempre va a haber alguien que me odie por ser mujer, bisexual o por estar repleta de tatuajes.
Siento que los hombres sólo quieren sexo, sin importar nada más, que prefieren prescindir de cualquier cosa antes que de sentirse hombres y fuertes y sexuales.
Siento que las familias están rotas, que los padres son una fábrica de traumas para sus hijos y no me encaja con la idea real que yo tengo de familia, porque sé que mis ideas son más reales que lo que veo.

Odio la humanidad.

Luego en determinados momentos me viene una oleada de amor que me parte la cara por la mitad y hace que no pueda mostrarme indiferente ante la grandísima cantidad de gente que se esfuerza por amar y conectar.
La cantidad de horas que dedican algunas personas a hacer la vida más feliz a otros, a ofrecer cualquier tipo de ayuda.
Y yo, que tengo tantísimo amor dentro, no lo doy porque siento que nadie se lo merece. Y de repente he entrado en el grupo de personas que odio.

Odio a la gente que odia y por tanto me odio a mí misma. Si amase a la gente que ama, entonces me podría amar.

Imagínate a mil personas concentradas en un mismo sitio dispuestos a odiar, por ejemplo, una manifestación neonazi. Si yo estuviera ahí, sólo intentaría buscar la humanidad en el fondo de todos esos ojos cargados de injusticia, y seguramente la encontraría.
Después de ver las noticias es muy difícil tener un pensamiento positivo sobre la gente que te rodea. Es difícil creer que las personas que van en tu vagón de tren también sienten una necesidad de amar a un nivel superior del que todo el mundo lo hace. Tienen la mirada perdida, como tú y como esos mil neonazis.

No soy ajena a todo esto, siento dolor por el daño que la gente quiere hacer a la gente. Yo soy gente y recibo ese daño multiplicado por todas las personas que creo que no le dan importancia, cuando en realidad puede que sí.

Y puede que si no hubiera gente que parece indiferente al amor, no me habría dado cuenta de que yo también lo parezco. Que si no hubiera mil neonazis en una puta manifestación asquerosa, yo no sabría que necesito sentir que la humanidad tiene bondad, yo no habría empezado mi búsqueda, porque todas esas cosas que me incomodan son las que me han hecho levantarme y empezar a andar.

viernes, 17 de junio de 2016

El extraño


La gente buena está escondida entre gremios de gente mala. Puede ser cualquier jefe, cualquier casero, cualquier persona de una oficina en la que todos llevan vidas conformistas. No hay que ser un revolucionario. La revolución es un gremio y al igual que en el resto hay gente buena escondida entre gente mala. ¿Cómo saberlo? ¿Qué es bueno y qué es malo?
¿Medir las cosas determina una exactitud?

Puede que el porcentaje de gente mala que se cruza por una vida, tenga que ver con el porcentaje de maldad que uno tiene dentro. Tener maldad dentro no significa ser malo.
Vivir en la contradicción es vivir en la realidad, hay que saber mantenerse dentro del barco que se zarandea de lado a lado con fuerza.

Voy a contar una historia.
Un día, volviendo a mi casa después de un concierto, se me acercó una persona en la parada del bus. Era un hombre de unos 35 años, de origen latino, desaliñado y bastante extraño. Como coletero llevaba una de esas gomas de las botellas de Ron Legendario, llevaba un polo de propaganda de un bar tipo "Casa Paco", colgando en el cuello llevaba una especie de tubos amarillos. Me dijo que si se podía sentar a mi lado, accedí y al ver mi guitarra empezó a hablarme de música y a cantarme canciones de Pink Floyd, yo reía. Era puertoriqueño criado en Venezuela, me hablaba de su vida, me recitaba poemas cósmicos, me decía que el hombre trajeado de al lado estaba confundido en la vida, yo reía. Él sabía de arte, leía a Osho, entendía de dioses de religiones alternativas, incluso sabía algo de sánscrito. Estudiaba todo lo que caía en sus manos, sin embargo vivía en la calle desde hacía dos meses.
Jamás me paro a hablar con gente que no conozco y menos con gente tan extraña. Llevaba un guante de latex azul en una mano, no entendía el por qué de todas las cosas que llevaba. Me dijo que el día anterior le habían dado una paliza y robado todo lo que tenía, que lo que le quedaba lo tenía en un banco del parque donde estaba la parada del bus, y fue a por ello. Regresó con una mochila, una cazadora, una caja de pizza, un montón de papeles y revistas y unas gafas de sol verdes fosforitas. Dentro de la mochila llevaba gel de la ducha y cajitas de café de máquina. Por lo visto el día anterior llevaba una máquina de café expreso y el móvil, hasta que le robaron. También averigué que el guante de latex era para comprobar que las cosas que cogía del suelo y la basura estaban en buen estado. Cogía chustas de porros, sobras de comida, y a saber.

Me caía bien. Entró en el autobús conmigo porque en mi pueblo fue donde le robaron el día anterior y quería volver al hospital donde estuvo a que le devolvieran ciertas prendas que se dejó ahí, y porque cada noche para él parecía ser una historia sin rumbo, no solía dormir. Yo le pagué el ticket. Me contó que se drogaba porque no aguantaba la humanidad, que había estado cinco veces en un psiquiátrico (la más larga durante dos meses) y que le acabaron pidiendo perdón por darle todas esas pastillas innecesarias. Que la policía de España le había tratado peor que la de Venezuela. A pesar de toda la oscuridad que veía en él, también veía una persona bella. Me sentía identificada con él, me veía en él. Era una contradicción constante y lógica, como yo.

Le dije que para llegar a donde quería ir tenía que seguir su recorrido en bus, yo me bajaba en la siguiente parada. Sabía que iba a bajar en la mía y así fue, me dijo que le gustaba conocer sitios nuevos. Estábamos en el ayuntamiento de mi pueblo, yo me quería ir a casa, pero él insistía en seguir hablando conmigo. Me apuntó varias cosas que tenía que buscar en Internet al llegar a casa, una de ellas era a Swami. Averigué de él que "swami" en sánscrito es "el amo de sí mismo", es una palabra que se usa dentro del hinduismo y de otras religiones y filosofías. Normalmente llama así a gurús y maestros de cualquier doctrina. Los swamis tienen su propia vestimenta, de color ocre, naranja, blanco o rojo.

Yo llevaba en la mano el cartel del concierto que acababa de dar, él me dijo que si podía pintar por detrás, accedí porque creía que sería un buen recuerdo de ese día tan raro. Empezó poniendo "intelectART" de esa palabra salieron flechas hacia fuera, como rayos del Sol, decía que cuantas más flechas más posibilidades había, luego comenzó a trazar estrellas de cinco puntas, decía que eran estrellas de protección, excepto una que era de destrucción. Luego comenzó a unir las flechas con el boli, creando triángulos, cuantos más triángulos, mejor. Yo no entendía nada, era frenético, mi cerebro parecía una especie de batido de fresa, el cansancio podía conmigo, aunque seguía viendo algo increíble en todo lo que estaba sucediendo, me estaba dejando llevar a la locura que sé que tengo.

Vi que los tubos amarillos que colgaban de su cuello eran chupitos de Licor 43, este tipo cada vez me parecía más curioso. Guardaba una cierta similitud a Jack Sparrow, no entendía nada, él amaba el mundo y a las personas y a la vez no lo podía soportar. Estudió diseño gráfico y según él tenía dinero, pero vivía en la calle.
En un momento intentó besarme, eran las 2 de la mañana y no había nadie en la calle, yo le agarré de los hombros y le pedí que me mirase a los ojos, le dije que estaba confiando en él, que no tuviese ni un movimiento sexual hacia mí, él lo entendió.
Le dije que me iba a casa, me dijo que me acompañaría, yo no era muy fan de la idea de que supiera dónde vivo, pero lo único que quería era irme, le dije que se diera prisa en recoger todas las cosas que llevaba y había dejado desperdigadas por la mesa en la que habíamos estado hablando. Él hablaba y hablaba y se le olvidaba recoger, yo insistí, le dije que me iba y le cambió la expresión. Me empezó a echar en cara que le estaba tratando mal, que él tenía la pierna casi rota de la paliza, que le dolía todo el cuerpo y que no podía esperar a que recogiera, yo le dije que llevaba un rato esperando, él me empezó a hablar mal, me dijo que yo era una malcriada, que no sabía lo que era un problema. Su cara era diferente, no parecía bello, parecía violento.

En ese momento algo cambió en mí, pasé de tener miedo a sentir que explotaba, empecé a gritarle todos mis grandes traumas y de repente me abrazó con fuerza y me pidió perdón, yo rompí a llorar. Me dijo que él nunca me haría ese daño que el mundo me ha hecho, y a pesar de ser mucho más oscuro que el resto de personas que conozco, le creí.
En el camino a casa me habló de su tiempo estudiando en la universidad de Cambridge, yo iba pensando que al idiota ya se le había olvidado lo mal que me había hecho sentir, y justo en ese momento paró de hablar de eso para decirme que me cambiaba de tema para que yo me fuera a casa tranquila. Me calmé. Me fui a casa, me dijo que al día siguiente me llamaría desde una cabina.

Cuando llegué a casa me sentía rara, no había bebido nada, pero me sentía como en un sueño, no sabía si había sido real. También sentía una parte de mí liberada, una parte de mi pasado. Parece escasa la conclusión de que no vivía mi presente por estar anclada en el ayer, y aunque me supiera esa lección de memoria, aún no la había visto a ese nivel.

Dormí. Al día siguiente no podía parar de dar vueltas, creo en la energía de cierta forma y creía que todo eso podía ser una especie de mensaje, pero ¿qué tipo de mensaje?. Quise pensar que el mensaje era que había más gente como yo por el mundo, que no me sintiera sola. Pero ahora me planteo que puede ser un aviso de que mi forma de pensar no es cierta y lleva a equívocos, como puede ser la vida de esta persona, que no sé si es buena o mala, si dice la verdad o miente. Podía ser que obsesionarme tanto con la realidad y con ser una persona sincera y buena, me estuviera llevando a desconectar con el resto de la humanidad, que en parte es sincera y buena, aunque no al 100%, como yo ansío.
A lo mejor la lección de la vida era que la equivocada soy yo.
O al revés, la vida es contradicción, como yo, y como aquel extraño que me hizo llorar y me abrazó.

domingo, 12 de junio de 2016

Vivir con trauma

Trauma es un amigo, y como todo amigo, a veces te hace crecer y otras te traiciona. Si no fuera por trauma, no existiría el ser, ni la búsqueda.
Tampoco la paz, aunque trauma se adueñe de ella. Trauma es el dios del núcleo interno, controla todos los engranajes que hacen que la vida ruede. Está en los momentos de una película que te emocionan, en las actitudes que te molestan del resto, en las decisiones, en el desarrollo del alma. Trauma es lucha, si trauma no existiera no existirían las balanzas; el bien y el mal, la paz y la guerra, lo blanco y lo negro. Todo sería un llano eterno.

Cuando sumerges tus oídos en la bañera sientes que no oyes nada, hasta que te das cuenta de que oyes potencialmente más. De repente tu corazón es el sonido central de tu núcleo bajo el agua, cualquier sonido de tu cuerpo es el centro de tu vida, bajo el agua.

Trauma es la vida. Compañero de viaje, sentado sobre el hombro. No es malo, ni bueno, él no es una balanza y por eso el resto lo es. El primer trauma es nacer, la historia de Adam y Eva desertados del paraíso, para aterrizar en la Tierra. Cromosoma X y cromosoma Y desertados del paraíso, para aterrizar en la Tierra. Y vivir. Vida es trauma.

Trauma no eres tú, trauma hace que seas tú. Nadie quiere a trauma, todos intentamos quitárnoslo del hombro al buscar la felicidad, la felicidad es la búsqueda, y no hay búsqueda sin trauma. No hay fortaleza sin trauma. No hay felicidad sin trauma.
Vivir con trauma no es fácil, no respeta ninguna norma, no ofrece ninguna tregua. Hay que tener mucha suerte para saber vivir con trauma. La mayoría de gente va en busca del llano eterno, flotando en la confusión y amparados por su cobardía.

Trauma es un ser azul grisaceo, el ser que creó el alma guerrera. El ser que creó la derrota,
y la victoria.